Hace unos días un conductor cometió una irregularidad que, aun no poniendo en riesgo la vida de nadie, evidentemente molestó a otros que se encontraban circulando, fue más un gesto de mala educación que una infracción de tráfico pues no infringió ninguna norma.
Uno de los conductores que circulaban por allí y que se sintió molesto por la falta, comenzó a soltar improperios por la ventanilla, invocando a padres, madres y muertos del otro conductor y finalmente mandandolo a varios sitios innombrables.
Hasta aquí la escena de un lunes cualquiera, sólo que a mí, que estaba de espectador, me pareció una barbaridad que los improperios los lanzara un conductor que llevaba el coche lleno de niños en edad escolar. Además por algo insignificante, sin ninguna gravedad ni peligro.
Cuando acabó la escena me pregunté si así educamos a nuestros hijos, me pregunté si yo mismo había actuado así alguna vez y reflexioné sobre cuánto nos queda por aprender cada día en materia de educación de los hijos.
No nos olvidemos que somos el espejo en el que se miran los niños, beben como nosotros, comen como nosotros, andan como nosotros y se expresan como nosotros.
Como siempre estoy a vuestra disposición en smorales@gesalmed.com
Ciertamente los niños son una esponja y adoptan como propia la conducta diferida por los adultos que los rodean, especialmente, la ejemplificada en sus padres, hermanos mayores y familiares más directos. Sí, deberíamos mimar más esa relación vicaria que se establece entre padre/madre e hijos. De nosotros depende su bienestar futuro y el nuestro propio subsidiriamente, como responsables civiles y morales de aquéllos. Cuidemos las formas y nuestro código conductual pues.
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