En ocasiones le pedimos a la vida
lo que no nos puede dar y, obstinados en lo que queremos, no reparamos en lo
que tenemos, así que nos perdemos gran parte de lo que realmente podría
sorprendernos si fijáramos nuestra atención en aquello que tenemos delante y en
cómo difrutarlo.
“En cierta ocasión un pobre llegó a apropiarse de una
botella de un excelente coñac, botella que cuidaba durante el día y que por la
noche abría para dar un largo sorbo de aquel “exquisito elixir” digno de
paladares nobles. Su preocupación por la botella llegó a tal punto que pensó
que debía conseguir una caja en la que guardarla para que no estuviera a la
vista de sus “camaradas”, porque indudablemente era una auténtica tentación y corría
el riesgo de no volverla a ver en algún descuido.
En su recorrido por las calles de la villa llegó a una
zona de mansiones de gentes acomodadas, en la que sólo hacía unas horas habíase
mudado una familia que, por error, dejó en la calle una cajita, del tamaño de
una botella, llena de alhajas de gran valor. Sucedió que “el personaje” se vió
cegado por tan maravilloso “contenedor”, en el que podía caber su preciada
botella y tirando al suelo cuanto se encontró dentro corrió a hacer la prueba.
Aunque la caja era casi del mismo tamaño que la botella, lo cierto fue que sus
intentos fueron vanos porque ninguna de las posiciones de la botella permitía
cerrar la caja, así que, frustrado y entristecido, tiró el pequeño cofre y
continuó su camino, dejando en el arenal de la calle un valiosísimo tesoro que
lo habría sacado de la pobreza unos cuantos años.”
Esto, que es un cuento, nos
sucede en la vida real, nos obsesionamos con lo ideal de un puesto de trabajo y
no disfrutamos de lo que nos ofrece el que tenemos o nos hacemos una fantasía
de lo que es el amor y no aprovechamos todo lo que nos da la persona con la que
compartimos nuestra vida.
Déjate sorprender por la vida,
busca en lo que tienes delante todo aquello que puedes aprovechar y deja de
idealizar cosas que nunca sucederán.
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